El arte: lo popular y la cultura dominante

El pensamiento es ambiguo; sublime y oscuro. Nos comunicamos por medio de irresolutos signos siempre susceptibles de ser interpretados. Aquellas figuras en el papel, aquellos sonidos que luchan contra el viento, sin excepción alguna hablan de irreconciliables diferencias. Caminamos para no arribar a ningún lugar. Hablamos del mundo, de nuestros miedos. No buscamos nada, no podríamos hacerlo. La condición humana nos lanza hacia lo indeterminado. En medio de esos laberintos, sin un horizonte para perseguir, zigzagueamos en la anomia.

Queremos nombres para todas las cosas, pero ¿cómo atraparlos? Cae el sol; la noche nos convoca. El atroz cansancio se apodera de cada paso que damos, nubla nuestros ojos. El recorrido es arduo, interminable, pero, cuando menos lo esperamos, justo antes de reconocer la derrota, vislumbramos irreales respuestas. Esas que, al instante, por cualquier otra persona, por nosotros mismos, también serán controvertidas.

Las representaciones que revolotean en nuestras cabezas chocan constantemente, se estrellan en el éter para consolidar nuevas y curiosas formas. No somos más que atractivas aproximaciones, intentos siempre distantes. ¿Cómo pensar nuestra identidad? ¡Qué somos! ¿Qué imagen tenemos de nosotros mismos? ¿Cómo imaginarnos a partir de un arbitrario sistema organizado de signos?

Definitivamente, las trágicas existencias de cada uno de nosotros se encuentran entrelazadas; las particulares expectativas de los demás condicionan el rumbo de nuestra cultura. No, no podemos renunciar a todas las filiaciones. Sin embargo, el valor de las individualidades ha destruido los muros del estructuralismo. Ahora es el tiempo de la metaficción; las pequeñas historias (consciente e inconscientemente) configuran esta novela sin fin que es la vida.

Tal vez sea imposible escapar del influjo de las subjetividades. Renunciamos a una creencia solo para aceptar la superior veracidad de otra. Somos todos esos articulados fonemas que pronunciamos, también somos aquellas palabras que nunca saldrán de nuestras bocas. Vivimos en un mundo lleno de ficciones. Somos ficción. Somos creaciones de una cultura posmoderna que ha trastocado la cotidianidad de cada hombre.

La vida es literatura, ¿qué otra cosa podría ser? Tiene la fuerza del mejor de los cuentos; a veces es leída como la novela más extensa, más sorprendente. No puedes darte el lujo de desperdiciar ninguna de sus páginas. Cada personaje es muy valioso; los protagonistas se alternan en el irascible poder. El lector, aquel que también ha escrito decide el orden lógico de los acontecimientos. Sin lograr escapar de un entramado de egos, aún tiene la suerte de resolver su propio destino.

El color del mundo habita en los ojos de aquel sujeto que está dispuesto a identificar sus tonalidades. El signo en la posmodernidad habla de esos individuos inconformes que, sin dejar de ser parte de una cultura, viven y mueren por su libertad.

Aquí los guiones no son necesarios; no hacen falta las premisas que diseccionen la verdad. La vida es hermosa, por eso es literatura. Todo y nada a la vez. Significados y significantes. Arbitrariedad y libertades. Consenso y caos. Color y niebla. Modernidad y tradición. El proceso creativo de esta obra jamás estará culminado, y esa es su razón de ser.

El arte es libertad, lo que no significa que cualquier cosa pueda ser catalogada como arte. Claro que no. Si todo tuviera un mismo color, viviríamos en un mundo oscuro. Y, por fortuna, hay colores por doquier. No se trata de una simple oposición de contrarios. En los matices, en las pequeñas divergencias nacen los grandes cambios. Lo popular, eso que la gente eligió en otros momentos históricos; aquellos artilugios que las grandes masas prefieren en la actualidad, eso que se consume de forma masiva en nuestras gigantescas urbes, no está exento de un análisis juicioso que, como consecuencia, sugerirá el contraste con otras formas artísticas. Sin referentes no habría nuevas creaciones.

Sí es posible juzgar la calidad de una obra artística a la luz de aquellos maestros que, a través de la historia, bajo determinados contextos han sido faros de intelectualidad y brillantez para el mundo entero. No cualquier sonido es música; todo lo que está escrito no es literatura. Las libertades propias de esta posmodernidad, sus específicos privilegios que incitan a la creación, no pueden servir de excusa para desconocer la belleza implícita de las cosas. No hay cultura sin memoria. No puede haber arte sin maestros. La soberbia, el ánimo contestatario, por sí solos, jamás construyeron nada bello. En ningún lugar.

La representación colectiva de una comunidad es la suma de muchas percepciones individuales, finalmente es eso. Las instituciones sociales y los sustantivos abstractos no tienen consciencia, carecen de una identidad. La representación colectiva, esa que pareciera ser la preferida por un conglomerado de personas en determinado momento, no siempre es la más acertada. Por el contrario, con reiterada regularidad las mayorías se equivocan. Impulsadas por sus dinámicas internas (por las personas) las culturas se encuentran en permanente movimiento. Crecen, dan lugar a nuevas formas y, muchas veces, para bien o para mal, caen en irremediable decadencia.

Podríamos, como hacen muchos, someternos a las nuevas tendencias sin formular pregunta alguna. Es una alternativa aceptar esos movimientos insospechados y carentes de cualquier sentido como consecuencias lógicas e inenarrables de las veloces dinámicas culturales de nuestros tiempos. Y está la otra opción: podemos ser críticos de nuestra realidad.

La genialidad del autor debe ser capaz de considerar factores ajenos a sus gustos, a sus originales preferencias (si las hay). La naturaleza, el cosmos y sus maravillosas criaturas te lo agradecerán. El arte para hablar del mundo de lo estético, de aquellos sentimientos que nos tocan el alma.

El arte es inspiración, y es esfuerzo. Es popular, pertenece a las masas. El arte también es exclusivo, potestad de aquellas personas que ofrendaron sus vidas a la construcción de esos sueños que hoy todos disfrutamos.

Diego Armando Arciniegas Malagón

4 Respuestas a “El arte: lo popular y la cultura dominante

  1. jaimealejandrorodriguez

    Muy buena reflexión, hay una suerte de reivindicación de lo que en algunos momentos hemos llamado la circulación constante de lo «bajo» y de lo «alto». Me gusta mucho la ecritura, el ensayo y la manera como vnculas lo estético, la posmodernidad y una reflexión sobre lo popular

  2. Estupenda manera de narrar. Un gran ensayo lleno de valiosas reflexiones.

  3. Estoy de acuerdo con el autor en sus planteamientos. La literatura es universal y el talento es particular.
    En la literatura conviven infinidad de subjetividades , aunque los verdaderos artistas son muy pocos.
    Tienen luz propia.

  4. Me parece que este texto logra reunir diferentes conceptos claves. Sería un punto de partida muy sólido para posteriores profundizaciones investigativas. También creo que la redacción es muy buena.

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