El testimonio: voz popular en busca de forma

Siguiendo a Clara Sotelo (1995), el surgimiento y consolidación de la literatura testimonial hace parte de esas realidades latinoamericanas más recientes que en el campo social coinciden con la urbanización, la industrialización, la migración masiva, el surgimiento de sectores medios y la alfabetización de la clase obrera; y que en el campo cultural corresponden a la crisis de la representación y a la crisis del sujeto central; condiciones que han transformado el paisaje de la ciudad letrada (Ángel Rama) hasta convertirlo en un ambiente donde se hace viable (¿rentable? ) la apertura de un espacio para la expresión de esa “historia otra”, la que ahora podemos escuchar desde la voz misma de los silenciados y de los excluidos, que encuentran (gracias a la curiosa solidaridad de una parte del estamento letrado) una vía de acceso a los «beneficios» de la la práctica letrada.

El testimonio se convierte así no sólo en un desafío a la creencia en la pasividad del subalterno, sino que también constituye una concreción del deseo, tal vez de la necesidad, tal vez de la conveniencia, de su integración. De otro lado, el testimonio puede verse como una necesidad expresiva popular en busca de forma; la literatura sería una de esas formas que encuentra el testimonio para salir a flote, a la que se suman hoy varias otras: el cine, el video, la poesía, el teatro, el grafiti, el periodismo (y yo agregaría el ciberespacio en sus dos modalidades  el blog y el remix)

En cuanto a la forma narrativa literaria del testimonio, es necesario destacar en primer lugar su estatus híbrido entre documento y ficción que la aparta del modelo de los géneros tradicionales. La elaboración literaria le corresponde a un escritor que domina las técnicas culturales requeridas, pero el trabajo se hace en equipo con el “testigo» no letrado, quien de esa manera adquiere voz y circulación cultural más amplia. Puesto que el “testimonio» resulta del trabajo conjunto de miembros de culturas diferentes, ofrece la posibilidad real para un diálogo intercultural, como lo querría el credo del carnaval.

La literatura testimonio se caracteriza por una especie de relación solidaria entre algunos miembros del estamento letrado que han comprendido los excesos de la literatura “monológica» y autoritaria del proyecto modernista, y grupos minoritarios tradicionalmente excluidos del circuito comunicativo oficial. En la narrativa testimonio, un testigo, urgido por la situación (de guerra, de explotación o de sometimiento), “habla» a través de la pluma de un escritor, quien presta su capacidad y su técnica expresiva para dar salida a una expresión que de otro modo quedaría relegada a un espacio inocuo de comunicación. Este préstamo, que erosiona la figura tradicional del autor, y el hecho de que los testimonios están más cerca de la referencialidad que de la ficción, hacen de esta práctica discursiva un modelo de ejercicio posmoderno.

Generalmente, el testimonio es narrado en primera persona por uno o varios testigos directos de los hechos. En muchos casos, el narrador es una persona no letrada que relata a un interlocutor la historia de su vida o periodos significativos de la misma, con el propósito de denunciar su situación. Así, el testigo, más que presentarse como un conocedor de la verdad, quiere dejar constancia de sus circunstancias.

Por su parte, el escritor se compromete a un trabajo cooperativo y se oculta detrás de las voces de los testigos, para que surja no sólo y no tanto el lenguaje del testigo (produciendo por lo general un efecto de oralidad), sino la visión de mundo que hay de tras de él. Por eso interviene lo menos posible y evita cualquier actitud paternalista.

El lector de testimonio se ve enfrentado a varias dificultades, sobre todo si lo que espera es un relato literario canónico: no sólo es el efecto de oralidad, sino el fuerte carácter referencial, lo que le impide asumir con confianza la lectura de las obras de este género. Así que sólo al hacerse consciente de que el testigo no quiere ostentar un uso sublime (o simbólico en un sentido hermenéutico) del lenguaje, sino ser escuchado en su propia lengua, desde su propia experiencia y en la inmediatez del hecho real, logra comprender, valorar y recrear su narrativa. A esta situación corresponde la propuesta de Yudice (citado por Sotelo), de considerar esta narrativa como “antiliteratura”, en la medida en que no responde a la voluntad de crear el juego del mundo posible y simbólico propio de la literaura, sino que responde casi exclusivamente a la intención metonímica de la denuncia, expresada “letradamente”.

En realidad las relaciones problemáticas del testimonio con la literatura se pueden extender a otras dos prácticas “análogas” como son la autobiografía y la historia misma (en cuanto género narrativo) y las razones pueden ser las mismas: su “formato” no corresponde (no puede corresponder) al de género canónico. En el caso de la autobiografía porque quien escribe (que no es un simple transcriptor) no es el “protagonista”, sino su amanuense y como se sabe, el amanuense tiene licencias “poéticas” que pueden llegar a desvirtuar la expresión del narrador. En el caso de la historia porque la narración en sí misma no es historia, es sólo la estrategia discursiva más prominente, a las que hay que articular la evaluación, el análisis de fuentes y las estrategias de verosimilitud propias de la racionalidad histórica; asuntos que no son del interés del testigo, ni de su amanuense. Es sólo en la lectura, en el acto de lectura de un lector dispuesto a reconocer valor a la obra testimonial, cuando es posible allegar valores literarios, autobiográfico e históricos al testimonio

En cambio las relaciones con la llamada antropología posmoderna son más naturales, especialmente porque ella ha logrado quebrar el paradigma que hacía de la “población estudiada” un objeto (a lo sumo un sujeto pasivo) separable de la experiencia del sujeto estudioso, purificable, y por eso mismo “representable” después en los informes del etnógrafo. Muy al contrario, la antropología posmoderna ha encontrado la manera de hacer que los “sujetos pasivos” se hagan sujetos que hablan, ya sea porque la voz (escrita) del etnógrafo se convierte en el vehículo de esa enunciación o porque la práctica misma de la escritura se vuelve oralitura.

Al respecto de la relación entre oralitura y testimonio, es muy útil el trabajo de Mario Roberto Morales a modo de defensa de su obra: Señores bajo los árboles y que el llama testinovela, una forma de oralitura. En algún apartado del trabajo, Morales afirma que la testinovela es

«una forma de oralitura; es decir, de oralidad escrita, valga la tremenda contradicción. Porque es de la oralidad que se infiere la lengua literaria que estructura el texto como totalidad significante, y es de las visiones de mundo que implican las oralidades que el texto extrae su propia visión de mundo. Creo que decir literatura oral constituye una contradicción aun mayor que decir oralitura. Este último término expresa la función estructuradora de la oralidad respecto de esta particular forma de literatura que se objetiviza, en el caso que nos ocupa, como testinovela. No como novela testimonial, pues ésta se caracteriza porque en ella es la ficción novelística la que constituye el factor estructurador del texto, y no es el testimonio el que refuncionaliza el artificio de la ficción. En el caso de la testinovela, el factor estructurador es la voz testimonial o las voces testimoniales. Oralitura y testinovela. La primera: una forma específica de literatura, estructurada según la oralidad. La segunda: una forma específica de novela, de ficción narrativa, estructurada según la testimonialidad. Para recalcar que nada de esto pretende ser «nuevo», preguntémonos: ¿acaso la Ilíada y la Odisea son mucho más que oralitura y testimonialidad? Pareciera que a veces nos olvidamos de los orígenes orales de la escritura y del fundamental elemento ficcionalizador de la testimonialidad. Ficción no es sinónimo de mentira. Más bien lo es de reordenamiento de los elementos que componen un hecho que ocurrió (o no) en la realidad, para darle viabilidad narrativa y sentido deliberado”

En el caso colombiano, existe toda una tradición (vinculada irremediablemente a nuestra historia de violencia) que recoge Blanca Inés Gómez de manera sucinta en el artículo; “Testimonio y género” (Universitas Humanistica Vol. 30, no. 55; ene.-jun. 200;, p. 41-51), Tradición que iría desde documentos periodísticos (El relato de un naufrago de García Márquez, las obras de Germán Castro Caycedo, etc.), hasta obras más centradas en la intención testimonial, como en las obras de Alfredo Molano (entre las cuales de destaca Selva adentro, Los años del tropel, Del llano: relatos y testimonios, Desterrados así como numerosos relatos (ver el origen de su obra), o en la la obra de Arturo Alape y la muy destacable producción de mujeres como Olga Behar (Noches de humo), Mary Daza Orozco y Patricia Lara (las mujeres de la guerra).

Un interesante ejemplo de testimonio se ofrece en la novela de un autor muy compenetrado con este género: Javier Eceheverry y que lleva por título Caimadó, el camino del caimán (ganadora en 1995 del premio nacional), obra que relata la situación de agobio que viven (siguen viviendo) los habitantes rurales de las tierras del Chocó

DEBATE

Quedan varios temas de debate que pueden plantearse en forma de preguntas:

¿Sólo en un ambiente como el describe Sotelo (ver comienzo del artículo) es posible la producción viable de literatura testimonial?

¿No hay que replantear hoy la situación del iletrado y hacerla más flexible, incluso acudiendo a la idea de que lo que existen hoy son grados de letrado?

¿No es la literatura testimonial una práctica más propia de otros ámbitos como el historiográfico (historia oral, historia de las mentalidades) o de la antropología posmoderna (relatos de vida, etc..)?

¿No es en concreto el mercado el que le da viabilidad a esa “negociación” entre testigo y autor, entre escritura y oralidad? ¿qué pasará con el género una vez pase el “boom” editorial?

Si de lo que se trata es de dar realmente voz a los silenciados, ¿por qué no facilitar los medios para que los otros se expresen directamente, por qué el intermediario?

El testimonio quiere presentar, no representar, ¿por qué no buscar y facilitar políticamente esa posibilidad?

26 Respuestas a “El testimonio: voz popular en busca de forma

  1. Quizá el problema más complejo sea el que la “literatura” testimonial sea precisamente eso: “literatura” y no “testimonio”. En un libro ya clásico de los estudios literarios, Roland Barthes comienza su reflexión proponiendo que la Literatura está rodeada por algo, al modo de un cerco, que señala “algo distinto de su contenido” (Barthes, 2006: 11). Este espesor de la escritura, estas cosas que no significan nada pero señalan, como las groserías de Hébert al comienzo de todos los números del Pére Duchêne, señalan el ejemplo de “una escritura cuya función ya no es sólo comunicar o expresar, sino imponer un más allá del lenguaje que es a la vez la Historia y la posición que se toma frente a ella” (Barthes, 2006: 11). En este sentido la misma escritura de un testimonio (bien sea por el préstamo de la pluma de un letrado o por la misma persona implicada) puede ser ya una inevitable traición. Llevando las cosas un poco más lejos, uno podría preguntarse acerca de si una “literatura testimonial” no sería un concepto antinómico en sí mismo. En el caso del curso, los ejemplos literarios pueden ilustrar esta posición. La novela Caimandó (1996) no es de ninguna manera un testimonio, ni la voz de un testigo, es la representación literaria del mundo de un letrado conocedor de ese “espesor”, en este caso de traición como lo hemos planteado. Las mismas “Crónicas barriales” (1997) adolecerían del mismo problema, salvándose sólo la propuesta del Caro y Cuervo (1997) que funcionaría al modo de transcripciones. La llegada del testimonio como tal sólo podría ser posible, en este sentido, con el ingreso de las nuevas tecnologías de la información que permitieran escuchar directamente, y sin la mediación de la escritura y su modo de representación del mundo, la voz del testigo.

    La referencia sobre el problema de la escritura está tomada de: Barthes, Roland. (2006). El grado cero de la escritura. México: Siglo XXI.

  2. Cuando se desea facilitar los medios para brindar la posibilidad de publicar “la literatura testimonial” como se ha dicho, no es un trabajo fácil, ya que muchas de las teorías intentan aclarar a que bando pertenecen, la literatura o la descripción, sin embargo considero que por ser parte de un estudio social no se debe tener en cuenta la situación ficción al de las “testinovelas” ya que deberían ser tomadas como documentos estructurales que dan cuenta de una vivencia, pero así mismo, tampoco se debe tener en cuenta el carácter influenciable de dichas transcripciones sobre la creación particular del “letrado” que esta facilitando esta publicación, por tal motivo para poder dar cuenta de estos debates de este tema, es algo arriesgado poder dar esa viabilidad y mas, a través de medios que hasta el momento solo son posibilitados o usados en una “inmensa- minoría” por aquellos a los que consideramos letrados, es decir y para finalizar, para poder brindar una mayor circulación de la oaralitura se debe tener en cuenta que su evolución es la que poco a poco va dando la posibilidad de ser inmersa en los medios, sus acuerdos internos que la van aclarando como un genero independiente ( de la literatura y de la oralidad) son los que darán cuenta de su uso acorde a la necesidad social del momento por lo tanto de manera grosera – hay que darle tiempo al tiempo- y en aquel tiempo, podremos dar participación al boom editorial cuando reconozcamos al testimonio no solo como memoria, sino como factor de corrección para unas ciudades letradas mas complejas y futuras.

  3. Jairo: ¿podrías ampliar más a qué te refieres con «factor de corrección»?

  4. Pienso que la posición del iletrado ya no es tan tajante como antes en donde el iletrado era en verdad completamente iletrado. Hoy en día creo posible hablar de grados de letrados, para constatar esto basta con echar un vistazo al mundo que nos rodea donde son pocas las personas que son totalmente iletradas, lo cual se debe también a las exigencias de la vida actual.
    Por otra parte, pienso que la llamada literatura testimonial sí sería una práctica más propia de otros ámbitos, pues creo que para que sea literatura debe primar más su función estética que cualquier otra. Sin embargo, se debe reconocer la audacia de algunos autores para hacer un excelente uso de técnicas narrativas, lo cual muchas veces, aunque se este ante un testimonio, permite presentar el texto como una obra literaria.
    Llamar este tipo de escritura “literatura testimonial”, es una manera de evitar la censura, los señalamientos y quizá la persecución, sobre todo cuando las denuncias son tan evidentes, creo que es una manera de camuflar y brindar seguridad a la voz que se camufla detrás del texto.

    Marcela Londoño

  5. Creo también que en el caso de El Camino del Caimán (Lectura literaria para abordar esta perspectiva en el curso) de Jaime Echeverri Restrepo no cumple de una manera clara con la categoría de un testimonio, aunque lo interesante en esta narración es apreciar como a partir de la vinculación del letrado y el poder subyace esa historia “otra” como un ejercicio alternativo, desde “la representación literaria del mundo de un letrado conocedor de ese espesor”, (como lo específica Jaime P.) y confirmado por el profesor en la introducción, al decir que “ahora podemos escuchar desde la voz misma de los silenciados y de los excluidos una vía de acceso a la práctica letrada gracias a la curiosa solidaridad de una parte del estamento letrado”

    Cuando Echeverri obtuvo el premio nacional de la novela “Colcultura” por El Camino del Caimán, sus jurados (Luis Britto García, Oscar Collazos y Ricardo Cano Gaviria) consideraron que el texto de Echeverri, “además de original, era una obra viva, distinta, que renovaba el lenguaje y abría otro espacio en la literatura colombiana al salirse de los clichés convencionales de la novela”, estos juicios de valor se relacionan perfectamente con la visión de Clara Sotelo (El testimonio: una manera alternativa de narrar y hacer historia) cuando aclara que la literatura testimonial es un discurso que busca “formas” de representación donde la herramienta es la misma escritura que en algunos casos elimina la existencia de un subalterno pasivo, como en el caso de Echeverri.

  6. El hecho de que la literatura tome apartes o herramientas de testimonio, me parece que no la excluye de ser una creación con una función estética. De por sí, toda literatura, toda narrración es una reacción hacia el mundo y tiene aspectos que obviamente parten de una realidad. Ahora, que existan otras voces que no son precisamente las del narrador de una novela, un cuento y demás expresiones, es una forma de acercar al lector a una realidad que bien pudo ser pasada o inmediatamente cercana, es una forma de darle un valor histórico a lo que se narra, pero que no indica un distanciamiento tajante de la creación como tal, por esta razón puede ser una visión más amena y más, de alguna manera, crítica de los acontecimientos, de ahí el hecho de que se utilicen otros recursos como la multiplicidad de voces, o la misma ficcionalización.

    Entonces, se podría afirmar que literaturas como la nueva novela histórica, por ejemplo, son totalmente ajenas a la creación estética precisamente por su valor histórico?, cuando se supone que en la actualidad precisamente las nuevas creaciones buscan de alguna forma identificar las necesidades del presente, así como la recuperación de un origen y una identidad que pueden estar en el testimonio de quienes viven realmente los acontecimientos desgarradores de la actualidad.

    la ficción se convierte en una forma diferente de ver la complejidad social y psicológica de pueblos e individuos a través de la concientización, la denuncia, la reconstrucción de la vida cotidiana y la interdisciplinariedad. Finalmente, la ficción enriquece la historia actual en el sentido de redescubrirla y recrearla, como lo afirma Fernando Aínsa.

  7. Myrena Niño
    Literatura Testimonial
    Clara Sotelo afirma que la literatura testimonial surge en el contexto latinoamericano con las urbanizaciones, industrialización, la migración masiva, el surgimiento de sectores medios y la alfabetización de la clase obrera. Dentro de esta perspectiva limita un poco la voz de los iletrados insertos en el contexto rural, como se ejemplifica en la obra de Javier Echeverri R El Camino del Caimán, donde se evidencia que este autor presta su pluma y nombre para dar vida al hombre inserto en el paisaje agreste del Pacífico, esta voz adquiere identidad con su dialecto y es en esa misma voz que quiere mantener en la memoria del lector la violencia que se da a voz queda casi muda : “ ¿Ve allí ese postigo de selva? Unos tipos lo filmaron pa suceso de prensa, yo tengo recuerdo dellos, son periodistas y traen helicótero con aparato que roba voz de los muertos, pero quitemos de aquí los muertos. La mina es trocha de infierno y muchos vienen aquí con prisa de sangre y afanes di oro” (Echeverri:1966. 17) Aquí el autor da voz a los desesperanzados cuyas vidas son anónimas en las selvas colombianas y relata frente a la violencia política y económica frente a la fiebre de oro en referencia de esos personajes populares y como el ejemplo totalmente iletrados, que no son ni de la clase obrera, ni de los sectores medios. Creo que la literatura testimonial abarca más frentes que los mencionados por Clara Sotelo.

    La práctica de la literatura testimonial creo que es el producto de elementos que se mezclar creando una interdisciplinaridad, como se evidencia en el libro anteriormente citado, Javier E. presta su pluma, pero tiene aportes del antropólogo Antonio Cardona y del poeta Abelardo Agudelo, a veces puede ser una construcción colectiva, pero que tiene como fundamento el tema concreto de la literatura testimonial, se sigue a Elizabeth Jelin, quien considera que el testimonio es un género mediante el cual se sistematiza una memoria autobiográfica y se contribuye a la conformación de una memoria social. En su opinión este es “un ejercicio de memoria personal y social en tanto implica una narrativa que intenta dar algún sentido al pasado, y un medio de expresión personal, creativo, de parte de quien lo relata”. En la medida en que se transmite, implica un “proceso mediante el cual se construye un conocimiento cultural compartido, ligado a una visión del pasado”. En este sentido, se puede decirque la literatura testimonial, aunque experiencia individual, “construye comunidaden el acto narrativo compartido”.
    Por lo tanto, tipificarla dentro de los conceptos de “canon” es evidente que surgen posiciones contradictorias, pero en la posmodernidad es completamente válido, puesto que existe una estructura narrativa solo que la ficcionalidad en esta literatura es muy débil o inexistente.

  8. Myrena Niño
    Cultura popular
    DEBATE
    Hasta aquí, la literatura hace uso de las formas populares para su propio juego, pero habría que plantear cómo realmente se apropia el lector este tipo de litertura (¿como literatura o como cósigo masivo?)

    Lo planteado en el texto del uso de las formas populares como elemento de seducción, hace alusión al recurso del cine, como se evidencia en el ejemplo y la entrevista que le realizan a Manuel Puig, cabe anotar, que el cine es uno de los recursos contemporáneos que logra un elemento estético, cuando esa transfiguración del texto literario al texto cinematográfico, consolida la validez estética de la obra original y tiene como finalidad llegar a un público más amplio.

    Como en todo, hay muchos intelectuales y críticos que conciben el placer en el diálogo directo con el primer texto, es decir, el narrativo, para ejercer el poder de su propia interpretación y por lo tanto su valoración sin que haya intermediario. Otros, prefieren primero leer el libro y luego observar la película para confrontar la valoración individual y la interpretación que se ha puesto en escena y para el común, es más llamativo y fácil ver la película que retomar el ejercicio de la lectura crítica. Por lo tanto, existen variados factores y pienso que el nivel de cultura que posee el lector es lo que establece la relación de seducción, puesto que cada uno elige la forma de apropiación de la misma.

  9. Clara Sotelo asegura, citando la entrada del profesor, que la producción viable de literatura testimonial es posible en “condiciones que han transformado el paisaje de la ciudad letrada”. Estos serían las “realidades latinoamericanas más recientes [como] la urbanización, la industrialización, la migración masiva, el surgimiento de sectores medios y la alfabetización de la clase obrera [y] la crisis de la representación y a la crisis del sujeto central”. Estas condiciones sociales y culturales producirían un ambiente donde será viable escuchar la transmisión de la “otra historia” de los “silenciados y de los excluidos” en voz propia.

    Podría ser que es viable porque conviene al mercado – que hay una demanda, no antes visto, para este tipo de producto literario. O, podría ser que ya ha surgido, por distintas razones históricas y culturales, una solidaridad por parte de algunos “letrados” que están dispuestos prestar sus plumas a los “no-letrados” en una manera que no eran antes. Yo considero que NO será únicamente en tales condiciones que será posible la producción viable de la literatura testimonial, por dos razones.

    La primera es la aludida por el profesor hacia el final de su entrada: que casi toda literatura se puede concebir como literatura testimonial, desde la Iliad, Beowulf, la Biblia, Shakespeare, el Quijote, etc. Como dice Myrena en su comentario, toda literatura “dar testimonio” de vidas reales, de alguna manera, hasta la literatura más fantástica. Siempre haya la necesidad “re-ordenar” la realidad para mejor entenderlo, como hace la literatura, y siempre este tendrá algún aspecto testimonial, no solamente en las condiciones mencionadas por Sotelo -aunque obviamente en tales condiciones la literatura va a tener más posibilidades de ser más explícitamente testimonial-. No le va a tocar “esconder” su testimonio tanto de bajo de la superficie ficticio del texto.

    Segundo, porque la “literatura testimonial” (hablando ahora de literatura explícitamente así) tiene una fuerza propia que lo hace atractiva al lector y por eso al mercado, que la narración basada en vidas reales siempre tiene la posibilidad de ser contundente, emocionante e interesante y así exigir ser escrita y leída. Creo que en todas las épocas, no sólo las mencionadas por Sotelo, haya literatura de este corte porque satisface una sed particular en el público que otras clases de literatura, más ficticias digamos, no satisfacen.

    Creo que sí “hay que replantear hoy la situación del iletrado y hacerla más flexible, incluso acudiendo a la idea que lo que existen hoy son grados de letrado”. Diría que, a la medida de que la sociedad se va configurándose en algo cada vez más complejo y más pluralista, cada vez más una mezcla de etapas de desarrollo social y cultural, cada vez más globalizado pero a la vez más interesado y enfocado en lo local y autóctono, a esa medida lo “letrado” y “iletrado” se va complicándose como categorías. De acuerdo que hoy en día tenemos más bien “grados” de “letraidad”, como son por ejemplos los que pueden ser muy cómodos en el mundo de la palabra escrita, pero mucho menos en el mundo de la palabra hipertextualizada.

    Y viceversa: puede ser que los que nacieron en los años 90 se mueven con facilidad en ciberespacio y comunicando con SMS, pero sienten cada vez más perdidos frente a una novela de Dostoevski o RH Moreno-Duran. Sin embargo su estatus frente a “la letra” es muy diferente a lo de, por ejemplo, la gente de un pueblo pobre del Chocó, que ni sienten, probablemente, cómodos frente al Internet ni Dostoevski. Sin embargo, ellos se mueven muy relajadamente en el mundo de “textos orales” descritos, por ejemplo, en la novela de Echeverri, “Caimadó: El Camino del Caimán”. Su cultura “oral” tiene su propia “letraidad”, y un problema del esquema del letrado / iletrado es que hace del “iletrado” alguien que es o está carente, alguien sin poder, y creo que esto es deficiente como descripción.

    No estoy de acuerdo con la propuesta que la literatura testimonial sea “una práctica más propia de otros ámbitos como el historiográfico (historia oral, historia de las mentalidades) o de la antropología posmoderna (relatos de vida, etc.)”. Como he dicho arriba, considero que lo testimonial es un componente de toda literatura, pero no solamente por eso. La literatura testimonial puede caber muy cabalmente dentro de la ficción y así dentro de la “literatura”, siempre que usa lo testimonial como elemento y herramienta de su creación ficticia – es decir, cuando lo que prima es la creación artística. En esto me apoyo en la cita del autor Mario Roberto Morales dado por el profesor:

    “La novela testimonial […] se caracteriza porque en ella es la ficción novelística la que constituye el factor estructurador del texto, y no es el testimonio el que refuncionaliza el artificio de la ficción”.

    De alguna manera sí creo que “el mercado el que le da viabilidad a esa “negociación” entre testigo y autor, entre escritura y oralidad”, por no completamente. Creo que esa “solidaridad” que lleva al letrado a “prestar su pluma” al iletrado está independiente de las exigencias y llamadas del mercado. Hay otras razones también, que son vinculados a la solidaridad pero no limitadas a ella – un escritor como Alfredo Molano, por ejemplo, dice que está motivado más que todo por la necesidad personal que tiene de desahogarse de todas las cosas intensas que ha escuchada en sus entrevistas, y por eso escribe.

    Creo que un escritor como Molano va a seguir escribiendo y encontrando lectores aún cuando el mercado no esté tan interesado en lo que escribe – es una vocación. Y los lectores leen su trabajo literario también por vocación. Creo que el género seguirá vigente a pesar de cualquier falta de interés editorial, siempre y cuando haya testimoniales que clamaran estar oídos.

    A cerca de las últimas dos preguntas planteados por el profesor por debate, creo con Jaime que lo que cuenta, más que todo, en la definición y evaluación de la literatura es la creación e invención del autor. Entonces, mientras es cierto que “lo que se trata es dar voz realmente a los silenciados” en la literatura testimonial, si está intención prima sobre la intención artística entonces deja de ser literatura y se convierte en otra cosa, igualmente válida y valiosa (quizá más) pero ya no objeto de valoración literaria.

    Es ahí que siga la importancia del intermediario – en el “equipo testimonial”, es él o élla lo que tiene la visión, conocimiento y capacidad artística para convertir las palabras del testigo en algo más que, como lo llama Jaime en su comentario, trascripción. Los dos pueden contribuir a la dimensión artística de la obra testimonial, pero la “pluma prestada” está ahí precisamente para rellenar los espacios en el texto originario, las palabras crudas del testigo, para que cobren fuerza, poder y color en la página impresa. Esto no significa que el intermediario sea imprescindible – creo que lo ideal será capacitar “el silenciado” para que sepa escribir artísticamente y contundentemente.

    En el esquema normal este no es posible –hay una historia que debe ser contada, urgentemente, y la capacitación de los testigos será una tarea compleja y larga que no cabe con el propósito original y urgente: contar la historia de manera eficaz, en una manera que capta la esencia de la situación con fuerza. Así que forman un equipo: el artista al lado del testigo. Pero no quiere decir que nunca sería posible, ni mucho menos deseable.

    Hay instancias en que no es necesario – por ejemplo el proyecto documental de los indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta, que se capacitaron en el uso de equipos audio-visuales y están haciendo una película documental que pretende contar su propia historia, con esa fuerza, color y creación artística. Será interesante ver un ejemplo parecido en la literatura.

    De este modo, para contestar la última pregunta del profesor: no creo que hay ninguna razón no buscar y facilitar políticamente la posibilidad de que el testigo “no-letrado” se vuelve capaz de crear literatura testimonial, literatura en que prime la intención artística y que usa herramientas estéticas para dar forma a su experiencia vivida y, si sea necesario, denunciarla. Será de hecho imprescindible promover tal posibilidad.

    Pero esto no descalifique la importancia y valor del gesto solidario del “letrado”, que presta su conocimiento y capacidad artístico (de manera no-paternalista, respetuosa y abierta a todos los conocimientos y capacidades artísticas de su co-creador, el testigo) para ayudar a convertir las palabras originarias del testigo, en literatura.

  10. ¿Y si le damos la vuelta al debate? Ya no es tiempo de ver tantos «paternalismos», que ya están bien trasnochados, y más bien ver que ahora los letrados que se meten con el testimonio bien pueden caer cuando les caen las demandas de plagio por su gesto «solidario» como díría Caleb. El caso de Poniatowska es paradigmático:

    «El mayor éxito literario de la escritora fue el libro «La Noche de Tlatelolco» en el que narra la represión que el gobierno mexicano hizo durante un mitín estudiantil en la Plaza de las Tres Culturas el 2 de octubre del año 1968.
    En 1997 el escritor y líder estudiantil en 1968, Luis González de Alba demandó a la escritora por plagio, demanda que ganó el escritor al demostrar que su libro «Los días y los años» había sido plagiado por Poniatowska por tomar, editar y cambiar declaraciones de su libro, modificaciones que posteriormente la laureada escritora utilizó para recrear su libro «La Noche de Tlatelolco». Al perder la demanda la escritora Elena Poniatowska fue obligada a reeditar más de 500 líneas.» De Wikipedia

  11. Dos ideas que son una respuesta:

    El testimonio es el texto de una sociedad en transición. Lejos de la rigidez piramidal (vuelven las pirámides) de la sociedad jerárquica, la sociedad moderna sospecha del discurso oficial y prefiere la voz marginal (que lo digan si no, las películas de Gaviria). El testigo es el sujeto histórico sin la perspectiva de la escritura, pero con la dimensión siempre reconfortante de quien vivió y lo contó. Puede decirse del testimonio que es “una necesidad expresiva popular en busca de forma”. También puede decirse que es una realidad que busca su concreción ontológica más allá de su experiencia. Creo que al igual que cualquier literatura, el testimonio no se limita a referenciar la realidad, quiere, además, connotar la realidad. Connotar significa simplemente inventar, es decir, involucrarse al mundo desde la propia subjetividad.

    Los géneros literarios son instituciones inamovibles sólo para los críticos; en términos artísticos, son realidades que se mueven con la carrera de un hombre al que persigue una leona hambrienta, si la forma narrativa del testimonio es género híbrido (dicen que documento y ficción), lo es, porque se vive con los dos tiempos: el subjetivo y el objetivo. Lo que se cuenta no sucede en un tiempo oficial, sucede en el tiempo que se vivió, es decir, en el tiempo de la emoción, la imaginación y lo que finalmente quedó…

  12. Les presento a Tatán, un pelao que conocí en el Tuparro. Él andaba por allí en uno de esos programas de rehabilitación del Padre Javier de Nicoló. Un día Tatán, escribió el siguiente texto y me lo entregó:

    Mi otro yo es alegre, yo en cambio no lo soy
    El man juega, yo larveo
    Él es feliz, yo la paso aburrido”
    Tatán

    El verbo Larvear, entre gente que entiende, viene a significar, esa manía tan adolescente de no hacer nada. ¿Será, lo de Tatán, un ejemplo de literatura testimonial?.

    Llamo, a mi primer testigo, compañero Jairo, ¿puede usted contestar, la pregunta?

    «(las testinovelas) deberían ser tomadas como documentos estructurales que dan cuenta de una vivencia»

    Creo entender, por su respuesta, aquello del “factor de corrección”. Espero no interpretarlo mal. Claro que a mí me gusta más aquello de “cuando reconozcamos al testimonio no solo como memoria”

    Tengo otro testigo y con el permiso de ustedes, voy a llamarlo: Mapa (así se llama el otro pelao que andaba con Tatán, por el Tuparro), ¿podría aportarnos a este interesante debate sobre El Testimonio: voz popular en busca de forma?

    “Mi cucho era un carramán, un borracho hijo-de-la-madre. Era un guasabro que vivía cascándome. A mi cucha también la tastasiaba todo el tiempo. Un día llego re-jincho mis perros, re-jincho. Ustedes imaginen a esa lámparota dándose contra las paredes, estaba picado a loco ese día. La cuchita lo vio así y mejor se abrió del parche, yo me quede viéndolo y también iba salir corriendo. El carramán se las pescó y me pegó sendo grito. Me dijo que le pasara la gasolina. Entonces yo no era tan alto, ni tan fuerte, casi arrastrándola se la lleve. Cuando lo tuve cerca pensé que me iba a dar como a rata pero el man sólo me dijo ¡ábrase!. Yo lo hice. Me pidió chispa pero de donde iba a dársela si yo no tenía nada. Me dijo que la buscara en la cocina y yo lo hice. Por mi madre que yo no entendía nada. Cogí los fósforos y se los pasé, el cucho me los arrebató y encendió uno, lo demás fueron llamas, no sé si ustedes entienden…”

    “Generalmente, el testimonio es narrado en primera persona por uno o varios testigos directos de los hechos. En muchos casos, el narrador es una persona no letrada que relata a un interlocutor la historia de su vida o periodos significativos de la misma, con el propósito de denunciar su situación. Así, el testigo, más que presentarse como un conocedor de la verdad, quiere dejar constancia de sus circunstancias”. Ya saben que esto último es del profesor Jaime Alejandro.

    Claro que Ángela, tiene su propia versión:

    “El hecho de que la literatura tome apartes o herramientas de testimonio, me parece que no la excluye de ser una creación con una función estética…”

    No se pórque, pero esta vez le creo a Ángela y a Jairo, y a Jaime Alejandro, pero sobre todo a Tatán y a Mapa.

  13. Si bien la prespectiva de «prestar la pluma» resulta atrayente, sobre todo como acto solidario para con los grupos o individuos marginados, todavía muchos de los letrados firman la llamada literatura de testimonio. Es decir, algo así como: «yo te presto la pluma, pero el famoso escritor soy yo». Esto, que no se ha presentado como un problema ético importante en las discusiones se debe volver problemático. En esto habría que considerar el caso de Poniatowska que plantea Jaime. !Ojo con el plagio! Así no sea letrado, no se le puede robar su texto, sea este oral o escrito. Hasta dónde realmente le está prestando la pluma un escritor a un «no letrado» cuando es él quien firma. ¿Quién se gana el premio? ¿quién queda reseñado en las bibliografías?
    Me parece que en este sentido la antropología ha avanzado mucho y puede servr de ejemplo. Muchos antropólogos hacen sus trabajos y publican ellos, pero tambien colaboran con la publicación de trabajos cuyos autores -con regalías, premios y demás- son de comunidades marginadas. Así ha sucedido con muchos trabajos de antropología contemporánea, eso, me parece, es realmente prestar la pluma, lo otro es muy discutible.

    Sin duda, los límites de la literatura se mueven constantemente, pero todavía se considera que la factura y el manejo del lenguaje en una obra literaria son cruciales, si tomamos los testimonios como literatura surge inmediatamente una duda ¿Qué no es literatura? Pues por esa vía, casi cualquier conversación sería literatura, esa magna amplitud terminaría por desdibujar lo que se considera literario, para felicidad de los editores, que están felices de que se considere Mi fuga de Pinchao como literatura. Si literatura es lo que vende mucho los mejores escritores son Coelho y Og Mandino.

    Al fin de cuentas, me parece que lo popular sirve como insumo a lo literario y hay ejemplos de esto desde García Márquez hasta Andrés Caicedo, pero no creo que se pueda crear la ecuación de que porque es testimonial entonces es literatura. Habría que pensar en otros lugares para estos textos que estarían más hacía el lado de la historia oral, el folclor, la antropología, etc.

  14. Seguro, en las cosas de la literatura y de las ciencias humanas, o sociales, como quieran decirles, poco funcionan las ecuaciones…

  15. Las preguntas del profesor nos enfrentar con la dificultad de las categorías que nos señala Amar Sánchez, en las palabras del profesor: “La autora reconoce desde un comienzo la imposibilidad de hacer un estudio de esa naturaleza sin pararse en las diferencias”.

    Es cierto que si consideramos que la literatura impregnada con formas masivas (y por eso populares) se vuelve en su vez popular y masiva, pues sí, será apropiado como código masivo. Sin embargo esto dependerá en sí la obra tiene difusión masiva – eso también es parte de la naturaleza popular, que debe ser algo realmente del pueblo, es decir, de la mayoría de la población.

    Golf y Formula 1, por ejemplo no son deportes populares, no solamente porque están practicadas y seguidos por las clases adineradas y no en los barrios marginales, sino porque la gran mayoría del país no participa ni los siga (el hecho de que hasta en el barrio más pobre hay mucha gente que han oído de Pablo Montoya no significa que sean aficionados de Formula 1, creo).

    De la misma manera, atrevería decir que James Joyce no es un autor popular irlandés, porque la mayoría de los irlandeses no lo lee, y no quiere leerlo, incluso sienten, quizás, excluidos por su manera de escribir, llena de lecturas cruzadas y referencias arcanas. Y a él no lo importaba: tuvo un particular lector en mente, y aquél lector no era un lector mayoritario.

    Esto tiene algo que ver con la distribución de la riqueza en el país: sí más gente tuviera acceso a educación y por eso más tiempo libre para intereses esotéricos como James Joyce y Formula 1, los gustos de la mayoría serán, quizás, diferentes, y las definiciones de “literatura popular”, “deporte popular” y hasta “comida popular” tendrían que cambiarse.

    Creo que generalmente un lector que acerca a un texto literario que juegue con las formas populares lo apropiará como literatura de todas maneras, aunque el texto aproveche códigos masivos, porque un cuento, poema, obra teatral o novela, por juguetón que sea con las formas populares, siga siendo escrito en un código que no es, en este momento, popular.

    Un ejemplo que se me ocurre es los “Bush Ballads” Australianos – estos son poemas, baladas, escritas para ser recitadas en voz alta. Ocupen un puesto bastante popular y masivo en la cultura australiano todavía, y lo han tenido por unos 140 años o más. Siempre cuentan aspectos de la vida “común” y generalmente de la vida campesina. Pero están escritos casi siempre por “letrados”, que han sido profesores, periodistas – profesionales de la pluma.

    Y se han insertado en la cultura de todos los estratos de la población – “popular”, “letrada”, lo que sea. Por varios percances históricos y sociales, esta forma de poesía ha logrado tener vigencia tanto como código masivo y popular, como “literatura”, objeto de arte, objeto de estudio en la academia, etc. Es así en esa cultura y actualmente no es así en Colombia, aunque uno podría quizás hacer una comparición con el Vallenato que ha sido estudiado en la academia y loado, amado y tarareado por “letrados” como García Márquez. Y en una época dijeron que Colombia era “la tierra de 10,000 poetas”.

    Finalmente, acerca de la idea de hibridizacion del discurso, “disolviendo las jerarquías, horizontalizando el discurso, nivelando los dos códigos” propuesta por Frederic Jameson, y expresado por excelencia en el pastiche según Amar Sánchez, me gustaría citar a Cristina Rojas, quien al hablar del “régimen de representación”, plantea que este régimen presupone un proceso “dialógico” que facilita encuentros e intercambios entre interpretaciones locales y externas.

    Me parece que hay un eco en esto de la idea del intercambio entre “cultura alta o letrada” y “cultura baja o popular”. En especial, la autora destaca el papel de la violencia en la actividad “élite” o “alta”. Señala que la situación colombiana nos ofrece la oportunidad de reflexionar sobre lo que ella llama la “híbrididad” de civilización y violencia en el mundo poscolonial entero, que se caracteriza por ese encuentro de la cultura letrada europea y la cultura local e iletrada.

    A menudo la cuestión que nos sugiere ese encuentro es: ¿quién era (y es) el bárbaro, y quién el civilizado? Ya que los “civilizadores” no suelen destacarse por su delicadeza y gentileza en tales encuentros.

    La referencia es de Rojas, Cristina. Civilización y violencia: la búsqueda de la identidad en el siglo XIX en Colombia. Bogotá : Grupo Editorial Norma, 2001. p. xix-xx.

  16. El hecho de creer que un «iletrado» no puede producir una obra literaria de calidad estética resulta de algún modo excluyente, puesto que con el acompañamiento de un «letrado» puede llegar a perderse la esencia del relato, de igual manera, la literarura propende por la igualdad. ¿cuales son los condicionamiento de publicación de una obra? ¿acaso el mercado no adormece como los mass media? insisto en la reciprocidad de discursos.

  17. Felipe Martínez

    El tema del testimonio en la literatura (aunque hace parte, más autenticamente, de oficios como el periodismo) puede estar en contacto con experiencias de difusión entre lo ficticio y lo real, que bien tienen un gran mercado. Es probable que, como lo plantea algún punto de los debates, al acabarse el boom editorial, esta literatura se acabe; yo quisiera anotar, sin embargo, que este final sería sólo en la expresión material del caso, mas no en la intelectual. Como libros físicos, este nacimiento de literaturas provenientes de testimonios orales que luego son reactualizados por autores dedicados a la literatura, bien puede ser un éxito mediático, impulsado en parte por la gran profusión de textos con experiencias de la guerra; sin embargo, hay que decir que la base del periodismo, su fundamento más inmediato, es la entrevista, y esta no es más que testimonios guiados por un productor de textos. Los periódicos y las revistas funcionan con base en los testimonios ajenos, y esto será así siempre. En últimas, como libros de testimonios puede que desaparezcan, pero como producción literario en múltiples medios, es probable que nunca lo hagan.

  18. Luis Julián León

    Sobre la pregunta acerca de la necesidad de un intermediario (el escritor), en la literatura de testimonio: “¿por qué no facilitar los medios para que los otros se expresen directamente, por qué el intermediario?”, podría pensarse sobre las particularidades de cada medio y en las diferentes alternativas que dan a aquel que necesita ser escuchado. Es cierto que la literalización de un testimonio, cruza por el filtro de la perspectiva y el estilo del escritor; sin embargo, si pensamos en otro posible medio de dar voz a aquel que necesita denunciar o informar sobre su situación, como podría ser el video en su forma de entrevista o documental; escuchar y ver a la víctima de una situación injusta o adversa, no implica que no exista una mediación de intenciones y estilos: la información captada depende en estos casos (como en la literatura de testimonio), del sesgo ideológico dado por el entrevistador, y/o del estilo de edición, fotografía, cámara, etc., del investigador y cineasta.
    Con lo anterior intento señalar, que la búsqueda por satisfacer la necesidad de un individuo o de un sector por salir del silencio, encontrará siempre límites en las propiedades del medio propuesto como alternativa de voz, y en la visión del intermediario. Siempre habría intermediarios, independientemente del medio. Sin embargo, cada medio propone acercamientos que pueden llevar a logros distintos; en el caso de la literatura de testimonio la información podría captarse más claramente en el diálogo y la investigación previas a la escritura, y posteriormente la información podría potenciarse a través de un estilo de escritura acorde a lo que va a ser narrado.

  19. Si de lo que se trata es de dar realmente voz a los silenciados, ¿por qué no facilitar los medios para que los otros se expresen directamente, por qué el intermediario?
    Esta pregunta me parece muy pertinente para el tema. Creo que es en el aspecto de la voz propia en el que se ve con más fuerza el tema de apropiación por parte de la ciudad letrada de la ciudad real. Es válido que en el proceso de recopilación testimonial, exista la participación de un “intelectual” ya que él/ ella es el/la que domina la palabra escrita. Lo que no me parece válido es el hurto, por decirlo de alguna manera, de la voz de aquel que da el testimonio. ¿Cuál es el nombre que debe ir bajo la etiqueta de autor? ¿La voz o el recopilador? Todo se deriva a cuál es el medio que aceptado como verificador y dador de verdades: el escrito. Es entonces cuando el que sabe escribir se apropia de la voz de otros, de sus testimonios, y los hace verdades ante la ciudad letrada y los intelectuales.

  20. No es la literatura testimonial una práctica más propia de otros ámbitos como el historiográfico (historia oral, historia de las mentalidades) o de la antropología posmoderna (relatos de vida, etc

    Responder a esta pregunta plantea caminar sobre una delgada linea en la que los estudios socioculturales ya como la afirma el Profesor Cristo en su discurso se han convertido en el destino de muchos estudios literarios, hasta tal punto de que hoy podamos hablar, por ejemplo en el entorno universitario javeriano de un doctorado en ciencias sociales. Pero, entra la pregunta por la importancia que los estudios literarios o historicos, etc pueden tener por separados. no se habla de premiar la falta de conexiones sino por el contrario de reivindicar esas conexiones partiendo de la importancia que tiene la distinciòn de los procedimientos, teorias y enfoques que las diferntes profesiones tienen. Permear los estuidos literarios de este sociocuturalismo excesivo puede llevar a contemplar discursos en todas las direcciones y de todos los tipoas, hasta el puntoen el que el arte y la estètica se modifiquen al punto de ser irreconocible si es medida con los parametrods hasta el momento definidos. Esto no significa una visiòn cesgada de estas nuevas opciones, sino tan solo una alerta de la verdadera funciòn de los estudios literarios y de la concepciòn del arte en este mundo contmeporaneo.

    Ricardo R

  21. Apropiación de lo popular en la Ciudad letrada

    Ángel Rama afirma en La narrativa de Gabriel García Márquez: edificación de un arte nacional que “Cuando en el año sesenta y siete la publicación de los Cien años de soledad cierra un determinado período de la obra de García Márquez, también corona un proyecto que comienza a esbozarse y a plantear a fines de la década del cuarenta; y ese proyecto(…) es justamente el de representar una literatura nacional y popular” nos está acercando a la idea de plantearse un tipo de literatura que se apropió, no sólo de las costumbres, ideologías, prácticas sociales que habían estado, de alguna manera, olvidadas y que eran propias de la ciudad real que estaba más allá de los muros intelectuales y que ahora venían a convertirse, no sólo en temáticas, sino también en materia prima para la construcción de una novelística que se hacía nacional porque planteaba lo que en realidad somos. Dentro de esta apropiación, se encuentra, por ejemplo, los temas relacionados con costumbres que se volvían verdades para los habitantes de la ciudad real, antes criticadas y en algunos casos menospreciadas, pero que ahora venían a ser elementos que nos caracterizaban a todos. Lo popular visto como costumbres expuestas en la alimentación, expresión verbal, fiestas, formas cotidianas de práctica y cohesión social, se vuelven temáticas que van a dar precisamente ese enfoque de lo que, curiosamente, viene a ser lo nacional, cuando antes eran formas hasta de “barbarie” opuesto a “civilización”, o “cultural” opuesto a “vulgar”. Así, tenemos también que esta apropiación forma parte de todo un programa de inmersión de nuevas creencias a nivel nacional, pues, recordemos que desde la ciudad letrada, se estaba dando también un proyecto nacional de la diversidad que pretendía no sólo recuperar nuestras raíces, sino también, construirnos desde lo que somos. En otras palabras, se acordaron que este país tenía otras formas de ver el mundo, entendieron que aquí la cultura popular, es decir, la cultura de abajo, la ciudad real, los elementos que hacen quienes, aparentemente, desconocen, todos aquellas ideas que se promulgaba en la ciudad letrada, también tenían, construían y constituían al país. Y este discurso sigue presentándose pues aún escuchamos con gran acento que el sancocho, los tejidos, son Patrimonio intangible, es decir, se le han agregado adjetivos a la cultura popular, pero que al fin y al cabo se está diciendo lo mismo: la cultura popular, la cultura de nuestros pueblos tiene valor y ese valor, afortunadamente para muchos, se ha incluido en la literatura.

  22. Qué función cumple la literatura, si el testimonio sin intermediarios es suficiente para sensibilizar. Esa puede ser una de las preguntas que puede suscitar la literatura testimonial, sobre todo teniendo en cuenta que el medio que se utiliza para presentar un hecho real y sus consecuencias sea la ficción.
    Por esta razón considero que la literatura testimonial pasa por un proceso de selección, elaboración y hasta de edición propios de la elaboración artística, por lo que la obra por más cercana que esté del testimonio no podrá ser considerada un mensaje directo. Esa mediación de la ficción provoca que un hecho real quede en el mismo nivel que un hecho ficticio. Pero, no por esto es menos efectiva la fuerza del mensaje. Es decir, que en la literatura testimonial los hechos reales esten al mismo nivel que los hechos ficticios, no significa que la obra pierda la posibilidad de sensilizar y crear un impacto en el lector. De hecho, cuando se selecciona, elabora y edita el testimonio se logra poner lo revelante de él y acercar al lector de una mejor manera al hecho histórico.

  23. Es una buena pregunta la de la función de la literatura con el testimonio. Menos mal y a veces hay gente que no necesita de la literatura para ser sensible ante situaciones que pueden resultar aberrantes.

    El problema de la literatura testimonial nos genera interrogantes muy parecidos a los de la crónica colonial. Las preguntas escenciales se dan en la forma en la que es tomado el testimonio por el receptor del texto: ¿entiende el lector que existe una ficcionalidad? ¿Hay un acuerdo tácito entre autor, lector e instituciones en cuanto a la ficcionalidad del texto?
    En cuanto el lector de literatura testimonial entra en el juego de saber que se esta leyendo una interpretación del autor, probablemente editada por la editorial correspondiente, podemos entender este tipo de texto como un texto literario.
    Si por el contrario, el acuerdo no se da, es mejor entender este tipo de texto como un texto de tipo histórico, tal y como las crónicas periodísticas.

  24. Realizar una reflexión en torno al testimonio como un acto político implica analizar las circunstancias sociales y espaciales en las que germinan este tipo de textos. En primer lugar, es importante recordar que el “principio constitutivo del testimonio es expresar la problemática de la colectividad en el mundo moderno, en forma de la experiencia de los que ‘no tienen voz’. Se trata de darles voz a quienes participan en la historia sin participar en su interpretación». De acuerdo con el objetivo de este tipo de textos es difícil entrar a reconocer su intención artística ya que su objetivo de denuncia y de tono realista implica pensar las verdaderas prioridades al escribir un texto testimonial.

    Este tipo de «ficciones documentales» se basan principalmente en un registro que es una realidad vivida en la que los que comparten su experiencia de vida buscan llegar a impactar en sus lectores y realizar una protesta social sobre las circunstancias de su vivencia. El testimonio ha cobrado bastante fuerza en Colombia como consecuencia de las terribles situaciones a las que miles de personas se han visto inmersas en el contexto de violencia.

    La tradición testimonial ha permitido que la vivencia particular de un sujeto se vuelva una experiencia conocido a través de la escritura, claro está que el hecho de ser un testimonio letrado conlleva a pensar que el impacto de este tipo de escritos se limite a una clase letrada y su impacto de denuncia se vea limitado igualmente.

    El testimonio debe ser pensado como una acto político al igual que el arte (ver el caso del movimiento argentino Tucumán Arde) ya que busca subvertir el orden canónico de la verdad y dar voz a los marginados que se encuentran en la periferia de la verdad academicista o mediática. El testimonio es un proyecto que implica repensar los roles de poder, en este caso el intelectual letrado sirve de canal para permitir la expresión de una persona generalmente iletrada, dada a la oralidad.

    En este sentido, algunos críticos como Yúdice Zimmerman comentan que “los nuevos discursos que resultan en América Latina, como el testimonio, están conformados por un «nuevo sujeto colectivo» que implica un acto de cooperación revolucionaria ante la autonomía e individualismo capitalista.

    El testimonio es un acto político evidentemente que ha decidido transmutar el orden jerarquico de los discursos de verdad para permitir que los afectados por un medio de violencia legitimen su discurso. Las dinámicas de funcionamiento del discurso implican pensar que el testimonio se ha mantenido cercano a la literatura ya que esta relación le permite elaborar estéticamente la experiencia y hacerla más atractiva a un público, sin embargo, esta estética de la cooperación genera otras reflexiones como el hecho de pensar el grado de veracidad de la infomación.

    Finalmente, el testimonio debe ser visto como un relato con valor de denuncia ya que permite conocer otras versiones de la realidad que tan necesaria se hace en el marco de unas problemáticas de violencia, de poder y de justicia en Colombia.

  25. Laura Cruz Martínez

    El testimonio es problemático viéndolo del lado político, normalmente la persona que entrega su testimonio no es letrada, por lo tanto necesita de la ayuda de alguien más, que puede ser el editor o el recopilador; el problema se establece cuando la persona cambia la información o la usa en beneficio propio, lo que no será evidente a los ojos de la sociedad pues seria repudiado, se debate frecuentemente si el testimonio es o no literatura, pero lo importante realmente es verlo como un escrito, texto o historia que ayuda a una sociedad completa, que da cuenta de un problema social que perjudicó o sigue perjudicando a personas vulnerables.

  26. Pingback: Literatura y cultura de masas: un pacto faústico | Literatura y cultura popular

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